Tuvo que quitarle el arma antes permitirle entrar al confesionario. Era un revolver conocido por él ya que su padre tenía uno exactamente igual con el que le enseño a lograr tiros certeros. Lo mantuvo entre las piernas mientras hacia la señal de la cruz.
-Ave María purísima-
-Sin pecado concebida-
Lo que siguió fue una narración nacida del infierno mismo: Robos, tortura, estafas, violaciones, ajustes de cuenta. // Aquel hombre era un sádico; un sicario que ejercía su profesión más que dinero, por gusto//. La sangre le llegó con fuerza a la cabeza. ¡Tantos años en el sacerdocio y jamás se había enfrentado a una situación parecida!
-Pido su perdón padrecito- Musitó el hombre con la cabeza gacha.
-Solo si te has arrepentido y juras alejarte de esas horripilantes acciones, todas en contra de Dios y la humanidad- Replicó esperanzado.
-Ahí si va a estar difícil padrecito, yo no me arrepiento de nada, es más si tuviese la oportunidad lo volvería a hacer. Lo único que necesito es descargar mi alma y buscar el perdón, total ¡Por eso soy un hombre de fe!-
El sacerdote le negó el indulto exacerbado y fuera de sí. ¡Válgame el Señor!
Entonces el hombre le respondió sereno:
-Mire padre con su perdón o sin él yo seguiré mi encargo. Le confesaré algo más, su parroquia se me atravesó cuando iba camino a la casa de los Montesino ¿Los conoce verdad?, llenos de hijos y la mayor preciosa, una flor de jazmín antojable a cualquier hombre sensato. Nunca he matado niños y se me doblaron las corvas, por eso pasé por aquí pero pues ni modo. Otra vez será.-
El hombre se levantó y se encamino a la salida, pero la primer ráfaga lo detuvo y la segunda lo hizo caer de bruces sobre la alfombra color olivo.
El padre Joaquín, aún con el olor a pólvora en sus manos, arrojó espantado la pistola junto al cadáver y temblando buscó el reclinatorio más cercano al altar. Puso sus rodillas en la madera dura y rezó mecánicamente con los ojos fruncidos. No estaba arrepentido de lo que hizo y si tuviera la oportunidad lo volvería a hacer. Lo único que buscaba era descargar su alma y solicitar el perdón, total, era un hombre de fe…©
-Ave María purísima-
-Sin pecado concebida-
Lo que siguió fue una narración nacida del infierno mismo: Robos, tortura, estafas, violaciones, ajustes de cuenta. // Aquel hombre era un sádico; un sicario que ejercía su profesión más que dinero, por gusto//. La sangre le llegó con fuerza a la cabeza. ¡Tantos años en el sacerdocio y jamás se había enfrentado a una situación parecida!
-Pido su perdón padrecito- Musitó el hombre con la cabeza gacha.
-Solo si te has arrepentido y juras alejarte de esas horripilantes acciones, todas en contra de Dios y la humanidad- Replicó esperanzado.
-Ahí si va a estar difícil padrecito, yo no me arrepiento de nada, es más si tuviese la oportunidad lo volvería a hacer. Lo único que necesito es descargar mi alma y buscar el perdón, total ¡Por eso soy un hombre de fe!-
El sacerdote le negó el indulto exacerbado y fuera de sí. ¡Válgame el Señor!
Entonces el hombre le respondió sereno:
-Mire padre con su perdón o sin él yo seguiré mi encargo. Le confesaré algo más, su parroquia se me atravesó cuando iba camino a la casa de los Montesino ¿Los conoce verdad?, llenos de hijos y la mayor preciosa, una flor de jazmín antojable a cualquier hombre sensato. Nunca he matado niños y se me doblaron las corvas, por eso pasé por aquí pero pues ni modo. Otra vez será.-
El hombre se levantó y se encamino a la salida, pero la primer ráfaga lo detuvo y la segunda lo hizo caer de bruces sobre la alfombra color olivo.
El padre Joaquín, aún con el olor a pólvora en sus manos, arrojó espantado la pistola junto al cadáver y temblando buscó el reclinatorio más cercano al altar. Puso sus rodillas en la madera dura y rezó mecánicamente con los ojos fruncidos. No estaba arrepentido de lo que hizo y si tuviera la oportunidad lo volvería a hacer. Lo único que buscaba era descargar su alma y solicitar el perdón, total, era un hombre de fe…©
Patricia Navarro
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